3-Cinco

-Si te mueves te rebano el cuello, jaro.
-¡Diego! ¡Qué pasa!- gritó Null, saltando de debajo de su manta.
-He pillado a este pimpollo entrando al patio ahora mismo y por mis muelas que no sale andando de aquí.
-¿Qué…? ¡Oye!- dijo Aristóteles levantándose de un brinco.  En tres zancadas llegó a donde Diego sujetaba por el pelo a un muchacho de no más de dieciséis años y le apoyaba un cuchillo de caza en la garganta. -¡Deja al chico, hombre, que lo vas a asustar!
-¿Qué lo suelte? ¿Quieres que salga corriendo y nos traiga aquí a toda la Guardia Ciudadana? ¿Tienes ganas de correr hoy?
-No seas bobo, joder, que no es más que un crío- dijo Aristóteles. Cogió a Diego por la muñeca que sujetaba el cuchillo y sin ningún esfuerzo liberó al chico de su abrazo. – Ea. Ya está, no te asustes, muchacho.
-Aristóteles…- dijo Diego con un suspiro.
-No te voy a dejar que le asustes.
-Que no es eso, hombre que…
– ¡Que no insistas! ¡Pobre muchacho! ¿No ves que es un simple civil?
-Pero…
-Que no, coño, vamos a hablar como personas civilizadas. Que Uno decida.
-Que tienes el pantalón ardiendo, animal.
-¡Oh! Disculpa, chico-, dijo poniendo al muchacho a un lado, pero sujetándole con su enorme manaza por la cabeza. Miró hacia abajo y efectivamente, vio que tenía el pantalón ardiendo vivamente hasta media pierna. Chasqueó la lengua con disgusto y  con unos cuantos manotazos apagó el fuego. El muchacho observaba la escena con los ojos como platos,mientras que los otros tres se reían a carcajadas.

Aristóteles abrazó al muchacho por el hombro, le revolvió el pelo, lo cogió en volandas y sin darle opción, lo acercó hacia la hoguera, o hacia donde estuvo un minuto atrás; porque en su apresuramiento había pisado el fuego y esparcido las brasas a su paso. Soltó al muchacho y las recogió con las manos desnudas para recomponer la hoguera lo mejor que pudo.

-Bueno, mira, por lo menos he conseguido que Uno se ría un rato. Debería prenderme fuego todas las mañanas, joder- rió Aristóteles. – Pena de pantalón…
-No entiendo cómo puedes ser tan animal, Aristóteles-, rió Diego frotándose la muñeca. Le había hecho daño el gigantón.
-¿Te he contado alguna vez que trabajé diez años en un puto alto horno? ¡No siento el calor!
-¡No era calor! ¡Estabas ardiendo!
-¡Eso no era arder, hombre! ¡Era lumbrecilla!

Uno sonrió, se acercó al chico y, con voz paternal, comenzó a hablar con él.

-¿Qué haces aquí, muchacho?- preguntó Uno amablemente cuando el muchacho se sentó en el suelo forzado amablemente por Aristóteles.
-Yo… yo…
-No somos guardias ciudadanos ni policías ni nada parecido, como podrás ver- se adelantó Uno viendo que el muchacho pensaba que le iban a detener-. A mí me llaman Uno. Diego es quien te ha encontrado, disculpa su celo. Aristóteles es tu salvador, y esta es Null. Dime,  ¿cómo te llamas?
-Mis padres me llaman Rama, de Ramiro-, dijo asustado.
-Curiosa abreviatura. ¿Y los demás, cómo te llaman?
-Chico, chaval, muchacho, da igual. No tengo nombre administrativo.
-¿Cómo? ¿No tienes certificado de ciudadano?
-No, no tengo-. Todos prestaron mucha atención al muchacho. No parecía un  forajido.
-¿Cómo es eso posible si lo tienen hasta los perros?
-Pues por mala suerte.
-Explícate.
-Al año de nacer, mis padres fueron a inscribirme en el censo de ciudadanos para que me pusieran el chip, pero no pudieron.

Rama se sorprendió hablando tranquilamente. El tono del viejo y su genuino interés le invitaban a hablar, como en un encantamiento.

-¿Y eso?
-Porque el funcionario que tenía que introducir mis datos no pudo hacerlo.
-¿Por qué no?
-Por mis ojos. Tengo uno verde y el otro marrón.
-¡Anda! ¡Es verdad! ¡Qué curioso!
-Se llama heterocromía. Pero el formulario de inscripción de ciudadanos sólo permitía un color, y no se atrevió a rellenarlo por miedo a las sanciones que ponen a los funcionarios que se equivocan con los datos.
-Vaya, vaya, qué curioso. Así que no existes para la Administración- dijo Uno,y se quedó pensativo unos segundos. Null chasqueó la lengua.- Y dime, ¿qué haces aquí?
-Nada, no… no hacía nada. Yo venía a leer… y de repente el señor del cuchillo me cogió por detrás y os despertasteis.
-Diego, se llama Diego. ¿Cómo que a leer? ¿Aquí? ¿No hay una biblioteca en el pueblo?
-Sí, esto era una biblioteca. Pero ya no viene nadie, sólo yo. No puedo ir a la nueva  porque no tengo chip- dijo meneando la muñeca izquierda de lado a lado.- Además, allí no hay libros interesantes.

A Null le brillaron los ojos. El chico no podía pisar la biblioteca nueva y aún así sabía que no había nada interesante, así que, pese a todo,había entrado. Uno pareció pasar por alto el detalle.

-¿Y cómo te han puesto las vacunas y te han hecho las revisiones médicas sin certificado ciudadano?
-Una amiga de mi madre trabaja en el centro de salud. Es enfermera y me sacaba las vacunas de contrabando.
-Vaya… ¿Y cómo es que estás aquí tan temprano?
-Mis padres se van a trabajar muy pronto y yo no me puedo quedar solo en casa.
-¿Cómo que te quedas solo? ¿Y el colegio?
-No voy al colegio.
-¿Y eso?
-No puedo- dijo dándose unos golpecitos en la muñeca.
-Ah, claro, claro… ¿Y entonces qué haces?
-Vengo aquí y leo.
-¿Todo el día?
-Casi todo. Luego voy a comer y-… dudó si seguir contando más. -Y me entretengo con mis cosas…
-¿Y por qué no te quedas en casa?
-¿Está de broma? ¡Es ilegal!
-¿Cómo que es ilegal?
-En este pueblo es ilegal que los menores de diecisiete años se queden solos en casa sin la presencia de un adulto responsable. ¡Mis padres perderían mi custodia!
-No lo creo-, dijo Uno.- No existes.

Rama se le quedó mirando como quien mira a quien le acaba demostrar cómo se pela un plátano a quien se lo ha estado comiendo siempre con cáscara.

-Pero de cualquier manera, tus padres tendrían un buen problema, por supuesto- zanjó Uno rápidamente.

Null repartió café a todos los presentes, muy atenta a la conversación que mantenían Uno y el chico. El muchacho olió el líquido con curiosidad.Lo probó con desconfianza y se relamió de gusto.

-¿Qué es esto? Está buenísimo.
-Café. ¿No lo habías probado nunca?
-No. Creo que aquí no lo venden.
-Madre mía. Qué pueblo de mala muerte-, resopló Null.
-Oye, muchacho-, continuó Uno,- ¿cómo es que no se queda tu padre o tu madre contigo?
-Porque no pueden. Les asignaron una hipoteca muy alta y tienen dos trabajos cada uno.
-¿Hipoteca asignada? ¿Dos trabajos?
-Sí. Uno con sueldo y otro social con reducción de hipoteca.
-No lo había oído nunca-, confesó Uno.
-Por lo que me dice mi padre, que es repartidor, es por una ley local. Como hay pocos habitantes,  se asignaron las casas disponibles en función de la capacidad de cada uno. Por lo visto deberíamos estar orgullosos de que les asignaran una hipoteca tan alta. Y por no haber faltado nunca a un pago, pueden trabajar para la administración a cambio de una reducción de la hipoteca.

El muchacho contaba aquello con total naturalidad, pero el grupo sentado al fuego se miraba con incredulidad.

-Este pueblo es muy peculiar, por lo que veo-, dijo Uno con serenidad-. Una manera de distribuir la riqueza… innovadora.
-Por lo que me dice mi padre, la Administración Central ha premiado al alcalde y está aplicando la misma normativa en más pueblos. Así no se quedan las casas vacías. Dice que somos unos pioneros.
-Increíble. ¿Y a ti que te parece, Rama?
-¿Qué me parece el qué?
-Pues todo lo que me cuentas. La hipoteca, que no tengas derecho a ir al colegio, que tengas que estar en la calle todo el día mientras tus padres trabajan. Que alguien decida dónde debes vivir. Todo.
-Pues…- el muchacho parecía concentrado. – No lo sé.
-¿No sabes qué te parece todo esto?
-No lo había pensado nunca. Nunca me lo habían preguntado.
-Bien, pues ahora te lo pregunto yo-. Uno miraba fijamente al muchacho. Los otros tres reconocieron esa mirada al instante.
-Ay madre-, murmuró Null con preocupación. Diego se puso a limpiar el cuchillo concienzudamente con una sonrisa pícara en la cara. Aristóteles sonreía de oreja a oreja sentado en el suelo con las piernas cruzadas.
-Dime, Rama. ¿Qué te parece todo esto?

Rama miró a todos y cada uno de ellos. Un viejo con mirada de hielo que le preguntaba su opinión con voz afable y expresión impenetrable.Un gigante ignífugo de más de dos metros, de rasgos amables y duros; un hombre fibroso y moreno capaz de hacerse invisible e inaudible y una mujer muy joven de ojos vivos, gesto severo y manos inquietas.

¿Qué hacían ahí? ¿Por qué les interesaba su vida? ¿Y por qué querían saber qué opinaba él? Más todavía. ¿Qué opinaba él?

-Me parece injusto-, dijo casi sin pensar, sin darse la orden de hablar. Los ojos le ardían y tenía los puños apretados.-Yo no puedo hacer lo que hacen los demás, y estoy siempre solo. Mis padres no pueden estar conmigo. Nunca han estado conmigo por la maldita hipoteca. ¡Llevo dieciséis años solo! No puedo ir a ningún sitio ni estar en mi casa. ¡Es injusto! ¡Es una mierda!- Con gran esfuerzo contuvo las lágrimas. Estaba furioso. ¡Estaba furioso! Nunca había experimentado esa sensación. Lo había leído en libros y cómics, pero nunca había experimentado esa sensación en toda su vida con tal intensidad.

-¿Y qué vas a hacer para cambiarlo?- preguntó Uno sin dejar de mirarle. Sus ojos fríos chispearon brevemente y se clavaron en los de Rama. Null se levantó de un salto, bufó y se puso a pasear frenéticamente. Uno la reprendió furioso sin dejar de mirar a Rama.

-¿Qué voy a hacer? ¡Nada! ¡No puedo hacer nada!- dijo el muchacho bajando la cabeza.
-¿Qué harías si pudieras?
-¿Si pudiera?
-Si tuvieras poder infinito. Qué harías para que el mundo no fuese injusto, ni una mierda, como tú dices.
-Si pudiera… dejaría que cada uno hiciera lo que le diese la gana. Es lo más justo, ¿no? Dejar que la gente decida qué quiere hacer con su vida. Las reglas del gobierno son injustas y estúpidas.
-¿Sabes cómo se le llama a la condición de las personas que no tienen libertad para decidir y se ven forzadas a trabajar?
-¿Cómo?
-Esclavitud-. Hizo una pausa para mirar a Rama y comprobar que conocía la palabra-.Tus padres. Tus vecinos. Tus amigos si los tienes. Son esclavos. Esclavos del sistema y ni siquiera lo saben porque están convencidos de que son libres. Pero tú eres libre, hijo. No sabes la suerte que tienes. Y si quieres, sólo si quieres, porque puedes elegir como hombre libre, me gustaría que vinieras con nosotros.

-¡Lo sabía! ¡Es que lo sabía! ¡Cinco minutos y ya está!- Null se alejaba del grupo a grandes zancadas, refunfuñando y dando patadas a todo lo que veía.
-No le hagas caso, chico- dijo Diego, bajando mucho la voz-, protesta por todo.
-Es verdad-, confirmó Aristóteles con la boca llena de algo que parecía embutido.
-¡Os he oído, imbéciles! ¡Ni siquiera le conocemos! ¡Podría ser un espía!¡Sois los tres unos idiotas! ¡Y además es un puto crío! ¡Un crío! ¿Qué vamos a hacer con él? ¿Cambiarle los pañales? ¡No sirve ni como cebo para distraer a un policía borracho en una alcantarilla como esta!

Null se alejó del grupo mientras despotricaba y de vez en cuando pateaba las columnas del patio o lanzaba puñetazos al aire.

Rama miraba fijamente a Uno. ¿Qué le estaba pidiendo? Ya le había pedido algo nuevo. Su opinión. Estaba aturdido. No podía pensar con claridad. En apenas unos minutos había pasado de llevar una monótona vida de ratón de biblioteca a tener un cuchillo en el cuello y de ahí a que un desconocido le invitase a acompañarles sin decir siquiera a dónde. 

No podía pensar con claridad, pero sentía la urgencia de contestar. Ese viejo tenía algo en la cara,en la voz, en esos ojos de hielo sin fondo que le urgía a responder. Hubiese deseado decirle que necesitaba pensarlo, pero sentía que no era la respuesta correcta.

Hubiese querido preguntarle quiénes eran, conocerlos y presentarles a sus padres, pedirles opinión a ellos también, tal como había hecho Uno con él. Remover su conciencia como se la habían removido a él.Preguntarles por su opinión. Pero sentía que no era lo correcto en ese momento,que no habría una segunda oportunidad.

Ahora, tan sólo sentía una curiosidad infinita por saber quiénes eran esas personas y a dónde iban. No les tenía miedo. Había algo en ellos muy diferente a los temibles agentes de la ley. Cuando se había cruzado con un policía, o con un guardia ciudadano siempre le había parecido que trataba con carcasas vacías, casi con robots. Este grupo estaba vivo. Muy vivo.

-¿Y bien?- le urgió Uno.
-¿A dónde vais?
-Dejaré que tú intentes adivinarlo.

Rama guardó silencio unos segundos más. ¿Realmente sabía adónde iban? ¿Le estaban proponiendo lo que creía que le estaban proponiendo? Concluyó que sólo había una manera de saberlo.

-No sé a dónde vais, pero me voy con vosotros. Aquí no pinto nada, y si no lo hago, siempre me preguntaré qué habría pasado.
-No sabes cuánto me alegro de escuchar eso, muchacho. Bienvenido.


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6 thoughts on “3-Cinco”

  1. Olé!
    Donde dije digo, digo Diego.
    Ahora la historia empiezan a tomar rumbo, y la falta de conocimiento de los personajes juega a su favor.

    Aún así, el tren arrafo de descripción de personajes sobra un poco ahí donde está.

    Un saludo y gracias

    1. Gracias. Es una de las cosas que me rechinaban un poco a la hora de hacer este proyecto por entregas. Habrá capítulos que se quedarán un poco colgados por la falta de contexto.

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